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Lecturas Dominicales 

Leccionario Dominical

Año B • Propio 28 • Semicontinuas

1 Samuel 1:4–20

1 Samuel 2:1–10

Hebreos 10:11–14, (15–18), 19–25

San Marcos 13:1–8

La Colecta

Bendito Señor, tú que inspiraste las Sagradas Escrituras para nuestra enseñanza: Concede que de tal manera las oigamos, las leamos, las consider­emos, las aprendamos e interiormente las asimilemos, que podamos abrazar y siempre mantener la esperanza bendita de la vida eterna, que nos has dado en nuestro Salvador Jesucristo; que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos.  Amén.

Primera Lectura

1 Samuel 1:4–20

Lectura del Primer Libro de Samuel

Cuando Elcaná ofrecía el sacrificio, daba su ración correspondiente a Peniná y a todos los hijos e hijas de ella, pero a Ana le daba una ración especial, porque la amaba mucho, a pesar de que el Señor le había impedido tener hijos. Por esto Peniná, que era su rival, la molestaba y se burlaba de ella, humillándola porque el Señor la había hecho estéril.

Cada año, cuando iban al templo del Señor, Peniná la molestaba de este modo; por eso Ana lloraba y no comía. Entonces le decía Elcaná, su marido: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué estás triste y no comes? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?»

En cierta ocasión, estando en Siló, Ana se levantó después de la comida. El sacerdote Elí estaba sentado en un sillón, cerca de la puerta de entrada del templo del Señor. Y Ana, llorando y con el alma llena de amargura, se puso a orar al Señor y le hizo esta promesa: «Señor todopoderoso: Si te dignas contemplar la aflicción de esta sierva tuya, y te acuerdas de mí y me concedes un hijo, yo lo dedicaré toda su vida a tu servicio, y en señal de esa dedicación no se le cortará el pelo.»

Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca; pero ella oraba mentalmente. No se escuchaba su voz; sólo se movían sus labios. Elí creyó entonces que estaba borracha, y le dijo: —¿Hasta cuándo vas a estar borracha? ¡Deja ya el vino!

—No es eso, señor —contestó Ana—. No es que haya bebido vino ni ninguna bebida fuerte, sino que me siento angustiada y estoy desahogando mi pena delante del Señor. No piense usted que soy una mala mujer, sino que he estado orando todo este tiempo porque estoy preocupada y afligida.

—Vete en paz —le contestó Elí—, y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.

—Muchísimas gracias —contestó ella.

Luego Ana regresó por donde había venido, y fue a comer, y nunca más volvió a estar triste. A la mañana siguiente madrugaron y, después de adorar al Señor, regresaron a su casa en Ramá. Después Elcaná se unió con su esposa Ana, y el Señor tuvo presente la petición que ella le había hecho. Así Ana quedó embarazada, y cuando se cumplió el tiempo dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel, porque se lo había pedido al Señor.

Palabra del Señor.

Demos gracias a Dios.

 

1 Samuel 2:1–10 dhh

Y Ana oró de esta manera:

«Señor, yo me alegro en ti de corazón porque tú me das nuevas fuerzas. *

     Puedo hablar contra mis enemigos porque tú me has ayudado.

     ¡Estoy alegre!

¡Nadie es santo como tú, Señor! ¡Nadie protege como tú, Dios nuestro! *

     ¡Nadie hay fuera de ti!

Que nadie hable con orgullo, que nadie se jacte demasiado, *

     porque el Señor es el Dios que todo lo sabe,

     y él pesa y juzga lo que hace el hombre.

Él destruye los arcos de los poderosos, *

     y reviste de poder a los débiles;

Los que antes tenían de sobra, ahora se alquilan por un pedazo de pan; *

     pero los que tenían hambre, ahora ya no la tienen.

La mujer que no podía tener hijos, ha dado a luz siete veces; *

     pero la que tenía muchos hijos, ahora está completamente marchita.

El Señor quita la vida y la da; *

     nos hace bajar al sepulcro y de él nos hace subir.

El Señor nos hace pobres o ricos; *

     nos hace caer y nos levanta.

Dios levanta del suelo al pobre y saca del basurero al mendigo, *

     para sentarlo entre grandes hombres

     y hacerle ocupar un lugar de honor;

Porque el Señor es el dueño de las bases de la tierra, *

     y sobre ellas colocó el mundo.

Él cuida los pasos de sus fieles, *

     pero los malvados mueren en la oscuridad,

     porque nadie triunfa por la fuerza.

El Señor hará pedazos a sus enemigos, *

     y desde el cielo enviará truenos contra ellos.

El Señor juzgará al mundo entero; *

     dará poder al rey que ha escogido y hará crecer su poder.»

La Epístola

Hebreos 10:11–14, (15–18), 19–25

Lectura de la Carta a los Hebreos

Todo sacerdote judío oficia cada día y sigue ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, aunque éstos nunca pueden quitar los pecados. Pero Jesucristo ofreció por los pecados un solo sacrificio para siempre, y luego se sentó a la derecha de Dios. Allí está esperando hasta que Dios haga de sus enemigos el estrado de sus pies, porque por medio de una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que han sido consagrados a Dios.

Y el Espíritu Santo nos lo confirma, al decir:

«La alianza que haré con ellos

después de aquellos días,

será ésta, dice el Señor:

Pondré mis leyes en su corazón

y las escribiré en su mente.

Y no me acordaré más de sus pecados y maldades.»

Así pues, cuando los pecados han sido perdonados, ya no hay necesidad de más ofrendas por el pecado.

Hermanos, ahora podemos entrar con toda libertad en el santuario gracias a la sangre de Jesús, siguiendo el nuevo camino de vida que él nos abrió a través del velo, es decir, a través de su propio cuerpo. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. Por eso, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con una fe completamente segura, limpios nuestros corazones de mala conciencia y lavados nuestros cuerpos con agua pura. Mantengámonos firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profesamos, porque Dios cumplirá la promesa que nos ha hecho. Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien. No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca.

Palabra del Señor.     Demos gracias a Dios.

El Evangelio

San Marcos 13:1–8

X

Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos

¡Gloria a ti, Cristo Señor!

Al salir Jesús del templo, uno de sus discípulos le dijo: —¡Maestro, mira qué piedras y qué edificios!

Jesús le contestó: —¿Ves estos grandes edificios? Pues no va a quedar de ellos ni una piedra sobre otra. Todo será destruido.

Luego se fueron al Monte de los Olivos, que está frente al templo. Jesús se sentó, y Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron aparte cuándo iba a ocurrir esto y cuál sería la señal de que todo esto estaría para llegar a su término.

Jesús les contestó: «Tengan cuidado de que nadie los engañe. Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: “Yo soy”, y engañarán a mucha gente.

»Cuando ustedes tengan noticias de que hay guerras aquí y allá, no se asusten. Así tiene que ocurrir; sin embargo, aún no será el fin. Porque una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro; y habrá terremotos en muchos lugares, y habrá hambres. Eso apenas será el comienzo de los dolores.»

El Evangelio del Señor.

Te alabamos, Cristo Señor.

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